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Speed dating, el Tinder de la vida real


El objetivo de esto es que a través de estos escasos minutos puedas discernir si encontraste tu alma gemela ó ligar con alguien

Hace unos días logré colarme a una fiesta exclusiva de speed dating —básicamente un Tinder de la vida real— organizada en uno de los hoteles más lujosos de la Ciudad de México. Al ser un evento completamente gratuito, las invitaciones eran escasas y su filtro exclusivo difícil de perforar. Después de insistir, me enviaron por mail la invitación con un link para registrarme y confirmar mi asistencia. Todo muy secreto y bien organizado.

El speed dating es un evento donde se convoca a un número par de invitados, con el mismo sexo, para que se sienten por pareja, frente a frente, y platiquen durante algunos minutos cronometrados. El objetivo es que después de este corto tiempo, puedas discernir si encontraste a tu alma gemela, a la persona con la que ligarás esa noche o a un nuevo amigo.

Al llegar al lugar, me registré y me dieron una etiqueta como de grupo de integración con mi nombre de pila —o para algunos un apodo— y un número. Además de esto, me dieron una tabla con varios números al lado de dos columnas, una con un corazón y otra con una corazón roto. Éste sería mi objeto más preciado de la noche. Si te gustó la persona con la que platicaste, tenías que tachar el corazón completo, si no fue de tu agrado, tachabas el corazón roto. Al final entregas de vuelta tu hoja y los organizadores se encargan de hacer el match.

El alcohol comenzó a fluir conforme la gente —de entre 25 y 40 años— llegaba a la hora de la cita. Primero hubo tragos elegantes, cocteles signature de la casa y vino, pero en cuanto los efectos inhibidores de los tragos empezaron a surtir efecto, pasamos a la barra libre de los alcoholes comunes: ron, whiskey, vodka y tequila. Al final de cuentas, el alcohol sólo se convierte en el facilitador de la dinámica.

Cuando llegó la hora, el maestro de ceremonias, en este caso una mujer guapísima con labios rojos, piernas kilométricas y ceñido vestido negro, nos pidió que nos sentáramos. Me senté. En la mesa, frente a mí, un elemento conocido y otro extraño. El conocido: mi reconfortante copa de vino. El extraño: un sujeto juzgándome en silencio mientras daba un trago, nerviosamente, a mi copa de vino. Equipada con mi tabla juiciosa, una pluma y un cartel que levantaba para pedirle al mesero otro trago, escuché la campana de inicio de sesión. Tenía cuatro minutos para indagar si la persona sentada frente a mí tenía potencial para ligarse románticamente conmigo. Cuatro minutos después, sonó de nuevo la campana e inició la rotación. Esto siguió sin alteraciones, además de la cara que tenía frente a mí y la vista a la gran sala, durante poco más de una hora.

Durante el tiempo de plática hubo música y las luces se desvanecían tenuemente. Desafortunadamente, a mi primer desconocido le tocó una versión muy torpe de mí, aunque todo lo contrario ocurrió con el último, quien gozó de mi encantadora y ebria versión. El alcohol es el principal promotor de la fluidez oral y carisma. Creamos una expectativa del que tenemos en frente sincopado por los estímulos externos. Esta experiencia es a la vez profundamente superficial como lo es de egocéntrica y sumisa.

Lo superficial es evidente, ya que como ganado (por más exclusiva que sea la concurrencia), nos etiquetaron con un numero y calificamos a otras personas por un "me gusta" o "no me gusta". La selección de pareja siempre se hace por gusto y me refiero al aspecto superficial ligado a lo egocéntrico, ya que al estar condicionado por cuatro escasos minutos, la mayoría tiende a pavonearse, a centrar la conversación sobre ellos y demostrar lo bien que les va en la vida, buscar hacerse los interesantes al hablar sobre sus perversiones sexuales o alardeando sobre sus bienes materiales y genéticos. ¿No es entonces esto una paradoja? Si estás en un evento donde buscas encontrar a alguien con quien entablar una relación romántica, ¿cuál es la necesidad de hablar de uno mismo? ¿No sería más lógico intentar conocer la otra persona? Es una experiencia sumisa porque no tienes control alguno sobre las reglas del juego, no controlas con quién hablas, el tiempo que vas a hablar o ningún aspecto de la experiencia, dejas todo entre las manos de unos desconocidos organizadores, sólo puedes anhelar tener control sobre el resultado. La dinámica propuesta apela a nuestras necesidades de búsqueda más modernas. Es decir, nuestra generación es una generación caracterizada por la inmediatez y la falta de paciencia, buscamos en continuo la novedad.

Una tras otra, las personas desfilaron frente a mí, tal vez igual de rápido que las copas de vino. Todos elegantes, bien peinados, mujeres y hombres perfectamente perfumados y acicalados. No pregunté sobre su trabajo, pero parecía importante para la mayoría hacerme saber sobre su profundo éxito profesional. Algunos comentarios como: "Soy empresario, pero no vine a hablar de eso" eran finalizados con un mudo "chaparra", mientras alcanzaba su cuba descubriendo un Rolex en la muñeca.

En la última mitad de la sesión puse los ojos en los sujetos que me interesaban y la complicidad con la que me respondieron se hacía notar. Algunas conversaciones desbordaban sobre otras y se interrumpía una platica para integrar una tercera o cuarta persona. Se abordaron pocos temas de profundidad.

Para este momento, los niveles de alcohol en la sangre —y otras sustancias de elección personal— fluían como líquido vital de interacción social. Los tabús desaparecieron. Entre música provocativa, meseros y luces, los asistentes esperaban reencontrarse con la mirada que los había cautivado o buscaban terminar aquella conversación que les había interesado. Desafortunadamente no eran las únicas personas que habían sido cautivadas por esos misteriosos ojos negros, así que cuando por fin encontraban al interesado, ya le estaba metiendo lengua a otra (u otro).

Aunque soy un poco despistada, podría decirse que ligué, o por lo menos varios buscaron hacer conversación conmigo en el coctel. Tal vez era simplemente interés por haber salido de las preguntas típicas que seguramente se repitieron veinte veces a lo largo de la noche. Varios y varias buscaron seguir platicando y tal vez un poco más. Algunos —los que me hacían ojitos de lejos mientras hablaban con otra persona— se me acercaron a hacerme propuestas no del todo descabelladas. La dinámica del coctel era mucho más activa, ya que todos estábamos alcoholizados y los objetivos de cada quien más cerca de realizarse.

Al final de la noche, había conocido a muchísima gente, no había gastado un peso, traía una fiesta brutal y mil preguntas sobre nuestra interacción social amorosa. Muchos de los que participaron en el evento fueron libres de ser lo que realmente son, cobijados por un ambiente seguro, socioeconómicamente afín al suyo, lejos de los prejuicios y del deber ser familiar. Su única responsabilidad aquella noche era pasarla bien. Buscar más allá de su círculo social, alguna posible pareja, alguien que compartiera interés y demás. Fue una experiencia humana fuera de lo convencional. Y así lo viví, con un interés particularmente vertido al experimento social.

Lo que me llevó a preguntarme, ¿qué nos lleva a recurrir a este tipo de actividades o dinámicas para esperar encontrar una pareja romántica? ¿Qué ha pasado en nuestra sociedad actual que nos impide como seres humanos y sociales conocer por nuestro propio pie alguna posible pareja? ¿Qué a caso no somos cada vez más millones, lo que resultaría en más posibles parejas?

Pienso que nuestra idiosincrasia representativa nos limita a estar dispuestos a abrirnos a cualquiera. Traemos una mascará, nos escondemos alardeando o inventándonos un personaje. No creo que haya conectado con alguien real, pero los personajes con los que traté eran la versión más libre de cada uno. Aún en esta libertad, no había un espacio para bisexuales —olvídense pansexual o una idea más moderna— y eso es algo que se discutió mucho entre los asistentes. Aún así, los que hubiesen querido conocer gente que no figuraba entre sus citas podían hacerlo, en una atrevida iniciativa propia, en el coctel final.

Por último, pensé en qué pasaría si lleváramos más allá esta experiencia y creáramos una experiencia humana real. ¿Por qué no crear un speed meeting? Hacerlo de amigos, abierto a un romance o una relación profesional u otro. Un encuentro con la misma dinámica, pero sin tabús, sin que la orientación sexual sea un impedimento. Al final de cuentas es más difícil hacer amigos que buscar pareja o ligar. Cuando en una fiesta alguien se nos acerca y habla con nosotros, automáticamente pensamos que nos están ligando o que tienen alguna intención más que simplemente conocernos y ser nuestro amigo. El prejuicio del atrevimiento es aniquilador. Crear una dinámica donde conozcas a la persona y te intereses por lo que tienen en común. Eso sería mucho más interesante para sacarnos de nuestra zona de confort.

Me quedo con muchas interrogativas sobre el futuro de nuestras interacciones sociales. De hecho me he quedado en contacto con algunas personas que conocí aquel día, y otros donde nuestra interacción fue intensa sólo esa noche y desaparecimos de nuestras vidas.

Cuestioné algunos con los que sigo hablando sobre si tuvo éxito este evento y si conocieron a alguien. La respuesta es sí. A algunos les sirvió y a otros les sirvió para pasar una noche real y divertida.

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